El despertar de un sueño americano fallido
[ CRONICA DESDE COLOMBIA ]Al reloj le faltaban un par de horas para marcar la medianoche y en Colombia la noticia que se rumoraba en redacciones y entidades públicas era que llegarían los primeros deportados de la era Trump después del agarrón que tuvo en redes con el presidente colombiano Gustavo Petro quien se atrevió a cuestionar y a refutar el modo indigno en el que son tratados los latinos a la hora de ser devueltos a sus países.
Estar al borde de una guerra comercial con la primera potencia del mundo fue un asunto que sacudió a más de un empresario, inversor y colombiano de a pie en la tarde del domingo 26 de enero del 2025. El mensaje de Petro fue un reclamo de dignidad en el trato hacia los deportados, pero también fue el motivo para que un piloto tomará la decisión de reversar su aeronave que volaba bien alto rumbo al sur.
Cuando Petro cuestionó el trato hacia los inmigrantes por parte del Gobierno estadounidense también se rehusó a recibir el vuelo y es ahí cuando el capitán del vuelo se devuelve con la tripulación asustada y consternada a la tierra del Tío Sam. El mandatario colombiano dijo que enviaría el avión presidencial y en él regresarían los paisanos que estaban siendo maltratados en tierra norteamericana.
En la madrugada de ese domingo se confirmó la noticia que llegaría no uno sino dos vuelos al aeropuerto internacional El Dorado. No se asomaban todavía los primeros rayos de luz y en una carpa azul tomaban el registro de los que ingresarían de forma exclusiva a recibir los connacionales que todavía no despertaban del trance por el que tuvieron que pasar.
“Este aeropuerto está completamente lleno de periodistas, yo creo que va a llegar un cantante o alguien muy importante porque eso no es normal”, le dijo un hombre a alguien por teléfono, mientras se tomaba un tinto (café) en el OMA que queda muy cerca a la salida de los pasajeros que llegan de vuelos internacionales.
El señor que parecía ser de Medellín por su acento paisa no se imaginaba que en pocos minutos saldrían por esa puerta abarrotada de cámaras y reporteros de CNN, Univisión, Caracol TV, Blu Radio, independientes y otros de gran impacto en la opinión pública; más de 90 personas deportadas por el presidente Donald Trump.
Al otro lado de la Terminal aérea, justamente en el Comando Aéreo de Transporte Militar (CATAM) aterrizaba, no el avión presidencial, pero sí el Boeing 737-700 de la Fuerza Aeroespacial Colombiana (FAC) que traía a los colombianos. Los ojos de todos, no solo de los pasajeros se inundaron de lágrimas y aunque el avión ya había pisado tierra, muchos seguían en las nubes luchando por entender todo lo que vivieron.
Después de realizar el proceso migratorio, pasaron por las cintas transportadoras de maletas y ahí empezaron a cruzar esa puerta de vidrio que inevitablemente los enfrentaba con las cámaras encendidas y los periodistas lanzando preguntas abrumadoras. Por esa puerta también salían pasajeros que llegaban de otros lados, pero los deportados tenían características únicas.
Los zapatos. Todos o la gran mayoría utilizaban tenis o zapatillas, pero con las lengüetas por fuera, o sea sin cordones. Muchos caminaban con dificultad porque al no estar amarrados se salían del pie fácilmente. Uno de los colombianos que llegó explicó que en suelo norteamericano los obligaron a quitarse cualquier lazo o cordón, así evitarían riñas o autolesiones.
Sin excepción, todos los pasajeros denunciaron que sufrieron robos, vejámenes, malos tratos, los encadenaron, obligaron a las mujeres y a los niños a desnudarse y bañarse a las 3:00 am con agua helada. Cada tanto hacían sonar una campana para que despertaran sin motivo alguno. Nunca apagaban el aire acondicionado que casi siempre conservaba temperaturas tan bajas que muchos llegaron quemados por el frío.
Los despojaron de sus maletas, de su dinero y hasta de sus documentos de identificación. Solo los dejaron con la ropa que tenían puesta y lo único que cargaban era una bolsita plástica en la que se podían evidenciar estampas religiosas, rosarios, uno que otro billete, y papeles; quizá de gran importancia.
Carlos, Andrea y su hija contaron que intentaron pasar por el hueco, pero que en la frontera fueron increpados por el Departamento de Migración de Estados Unidos quien impidió su paso y desde ahí empezó la historia de una gran pesadilla que recordarán durante muchos años. Explicaron que vivían en una ciudad de Colombia y buscando mejor vida, decidieron vender su microempresa para viajar ilegalmente.
Como esta familia, hay muchos que en efecto cometieron un error, pero a diferencia de lo que dijo Trump no son narcotraficantes, ni pandilleros y mucho menos criminales. Solo perseguían una ilusión o como Fabiola, una mujer de 67 años a quien le mataron a su hijo, el otro está desaparecido y ella tuvo que sal
ir aterrorizada porque la violencia la tenía azotada.
Hoy llora, y en su mirada se reflejan el desespero y el miedo. Argumenta que veía esta opción como una oportunidad para vivir en paz y pasar su adultez lejos de la crueldad de la guerra, de la cual es víctima. No tiene a dónde ir, porque no puede regresar a su hogar. Allí, el conflicto ha vuelto a intensificarse, y las bandas criminales se disputan los corredores para el tráfico, obligando a personas inocentes a huir.
Una hora y media después del aterrizaje del primer vuelo, llegó otro avión de la FAC, esta vez proveniente de San Diego, California, con más colombianos a bordo. Según una funcionaria de Migración Colombia, ninguno de los repatriados tiene problemas con la justicia. Sin embargo, ellos expresaron su temor de regresar a sus lugares de origen debido al peligro que enfrentan allí.
Otra familia cuenta que permanecieron en Estados Unidos 20 días y desde el primer momento en que llegaron los obligaron a trabajar sin ninguna remuneración económica, rogaban por salir de donde una vez añoraron estar. Confiesan que pasaron muchos días sin poder bañarse, recibían comida en pésimas condiciones, y nunca lograron dormir de corrido en las celdas, ya que, además de las condiciones mencionadas, las luces permanecían encendidas toda la noche.
Dicho hogar estaba compuesto por mamá, papá y dos adolescentes. Una de ellas no paraba de llorar y contaba que su papá era un hombre bueno, que jamás se había robado
nada y en Estados Unidos tuvo que verlo encadenado como un delincuente. Sus ojos permanecieron tristes todo el tiempo, pero su rostro siempre estaba marcado por una sonrisa y al preguntarle contestaba noble y pausada, pero siempre nostálgica.
Madres embarazadas, jóvenes frustrados, niños llorando y el hambre que ni un sándwich podía calmar. Rostros agotados, sueños rotos, dinero malgastado, lágrimas de desilusión. Miedo e incertidumbre mezclados con la gratitud de haber regresado a su país, de recibir un vaso de agua y la solidaridad de sus compatriotas.
Así se resume la experiencia de estos primeros deportados bajo el nuevo gobierno de Estados Unidos. Todos los colombianos que fueron devueltos en estos primeros vuelos, llegaron a Norteamérica, pero muchos de ellos fueron sorprendidos por las autoridades y otros decidieron entregarse voluntariamente. Ninguno permaneció en el país durante muchos años ni fue sorprendido en redadas.
Después de toda esta travesía, el cansancio en los rostros, las maletas perdidas y el trastorno por lo sucedido viene el final de un sueño americano fallido, un aprendizaje que quizá perdurará en la memoria durante toda la vida y la demostración de que para los latinos es posible volver a empezar una vez más así no sea como se planeó inicialmente.
A la fecha han llegado más de 300 personas en los aviones colombianos y se esperan más. La política migratoria que sentenció el presidente estadounidense se está cumpliendo a pasos agigantados. Si bien, aquellos que intentan o intentaron pasar están incurriendo en un error, los inmigrantes no son delincuentes, son seres humanos que buscan una solución inmediata y lo mínimo que deberían recibir es un trato digno.